Santa Marta ve surgir entre las cenizas a quien una bala opacó sus sueños

‘LA HISTORIA DE UN HÉROE CON ALAS’

La vida da segundas oportunidades, el reto es aprovecharlas cuando llegan.

Por: Gennys Álvarez

-Todo empezó- dijo el héroe – el 23 de noviembre de 2011, fui víctima de una bala perdida la cual me alcanzó por la espalda, perforó uno de mis pulmones y fracturó una de mis vértebras lo que hoy me imposibilita caminar-.

Fueron las palabras con las que comenzó el relato aquel que a sus 21 años la vida le jugó una mala pasada.

Comencemos por el principio.

Era una mañana de domingo donde usualmente todos lo aprovechan para descansar, hasta yo lo quería hacer, pero más me inquietaba conocer la historia de un personaje poco común, no por su limitación física sino por las ganas de vivir. El sol amenazaba con su inclemencia, el calor se hacía insoportable, pero la curiosidad pudo más. Cogí la grabadora, una hoja y un lápiz y me lancé a descubrir el deseo de superación que esconde un humilde joven que para su fortuna pudo escaparse de la muerte.

Para llegar hasta su casa hay que subir por una calle muy inclinada, donde cualquiera se cansaría. Una sola señal me indicaría que ese era el sitio: una rampa que baja y que en su fin hay una señal que indica “Prohibido parquear”.

Había también otro signo, la forma de subir, una escalera, que contrastando con el otro camino (la rampa), me confirmaba que al ser diferente todo cambia. – Buenas tardes- dije al entrar, -César te buscan- dijo la mamá que desde la cocina me recibió, y sin dejar de menear lo que cocinaba atendió a mi saludo.

De un momento a otro apareció en la silla de ruedas y con un apretón de manos me hizo sentir en casa. ¡Vaya sorpresa! Esa escena me llevó a pensar qué sería de mí si el que estuviera en esa silla fuera yo y no él. ¡Dios, guarde! Dicen en mi pueblo.

César David Navarro Altamar, quien hoy tiene 28 años de edad creció en las calles del barrio San Fernando al norte de Santa Marta, sector de humildes invasiones.

Entre cerros y piedras dio sus primeros pasos, los vecinos de la cuadra lo vieron crecer y en él descubrieron un gusto particular por la construcción, pues lo ha visto en su padre que se ha dedicado desde siempre a este arte.

A los 16 años culminó la secundaria y a partir de entonces se dedicaría de lleno a pegar ladrillos, preparar cemento y levantar casas.

No todo recordar es vivir.

Comenzó la conversación. Yo quería descubrir cómo supera día a día César su limitación, que para muchos puede representar el final pero para otros como él, es apenas el principio. Y al son de la champeta caribeña, que en la casa de al lado sonaba en un pick up, comenzó a contar lo que ha sido su vida desde ese fatídico incidente.

-Esa noche yo estaba durmiendo, me llamaron porque iban a pagar pues en construcción el pago no es fijo; me dirigía a la bahía en mi bicicleta, detrás de mí venía un grupo de personas, unos tipos pasaron y empezaron a dispararles, ellos corrieron y yo me vi en medio de ellos, la bala me alcanzó y me desplomé-, me dijo César, quien al hablar de este tema se le vienen a la mente tantos recuerdos, y tal vez el que nunca va a olvidar, – este no es mi fin, pensé mientras estaba en el piso-.

El diálogo transcurría con normalidad, pero había un personaje que desde siempre me llamó la atención, Nilza Altamar, la madre de César a quien él le otorga el título de enfermera, compañera y amiga, la que durante estos casi siete años ha estado a su lado. Ella no se perdió ni un detalle de lo que su hijo decía, y aunque no musitó palabra alguna, solo pudo responderme con lágrimas cuando le pregunté ¿Cómo fue la noche de la noticia? Era obvio el dolor al recordar ese día. “Mataron a César, lo mataron” era lo que comentaban los vecinos. No veía su cara, solo escuchaba su tenue llanto.

El infierno apenas empezaba.

-Cuando desperté los médicos me dijeron que más nunca volvería a caminar, que más nunca me pondría en pié-, me respondió cuando le interrogué sobre su primer día “sin piernas”, – no fue fácil aceptarlo pero el verdadero infierno fue cuando llegué a la casa, pues, mientras estuve internado eran unas vacaciones. El peso me cayó, me sentía frustrado y solo-.

Era ya casi el mediodía, ya iba descubriendo más detalles de superación en la vida de César y aunque al principio no fue nada fácil aceptar su discapacidad el tiempo estaba por enseñarle que las limitaciones físicas no existen, que las barreras están en la mente de quienes se dejan vencer por ellas. –Mucho tiempo después conocí al director de la liga de discapacitados del Magdalena, una amiga en común le habló de mí, él llegó hasta aquí y me dijo que mi vida no acababa ahí, que debía salir, que quería que yo hiciera parte la liga-.

Él lo pensó porque aunque nunca le dio pena salir a la calle, le era imposible puesto que su casa no estaba acondicionada para un discapacitado.

Es muy complicado subir hasta su casa, pero es más complicado aún bajar de ella, su casa está en un cerro. ¿Quién te ayuda a bajar todos los días? Pregunté, y me respondió señalando a su madre, quien por segunda vez no pudo contener su llanto al escuchar la forma llena de admiración con la que él se refería.

En la sala de la casa, lugar donde estábamos hay instaladas un par de barras fijas, colocadas allí para la rutina de ejercicios, además hay un caminador y dos bastones inglés, pero faltaba un cuarto elemento, – mamá pásame los aparatos-, dijo César, refiriéndose a unos equipos ortopédicos que le permite estar en pié y poder dar pasos en terreno plano. – Estos son los mismos que usa un actor de “Pandillas, guerra y paz”, que recibió un tiro de una persona que le dijo “los actores también se mueren”-, sin duda César hacía mención del caso de Jhon Alex Ortiz, quien le dio vida al personaje de “Mateito” en la serie. – Mis fuerzas van de la cintura hasta la rodilla, pero de ahí hasta los pies carezco de ellas- enfatizó el héroe al explicarme cómo funcionaba estos aparatos.

¿Y los amigos?

En un momento de dificultad como este, ¿para dónde se fueron los amigos? Pregunté yo y obtuve una respuesta que me había de suponer, -se fueron, me dejaron solo, hoy puedo contar a mis amigos con los dedos de las manos y me sobran. En estos casos la familia lo es todo-.¡Qué impotencia! Veía en su rostro. Todos se fueron, le quedaba entonces una silla y unas barras que lo acompañarían hasta hoy.

César hace cinco meses se encontraba en una gran encrucijada de vida, debía optar por algo que radicalmente lo cambiaría, ingresar a competir en la liga de discapacitados del departamento. Al principio no era muy cómodo, bajar – subir, pero poco a poco iba tomándole el gusto.

“No sabes lo fuerte que eres, hasta que ser fuerte es la única opción”.

Las alas al héroe le empezaban a salir cuando descubría que con la práctica de atletismo de campo (lanzamiento de jabalina, disco y bala) la discapacidad no se trataba de no poder hacer las cosas, sino de hacerlas de una forma diferente como se hacían en el pasado.

En este momento de la conversación, cuando ya había más confianza, César me mostró desde su celular unos vídeos de su rutina de deporte y de su reciente experiencia en Cali, en donde participó en los juegos paralímpicos, donde tal vez no ganó medalla alguna, pero sí pudo reafirmar que luchar por levantarse de esa silla es un verdadero acto heroico. – No traje ninguna medalla, pero la experiencia que se va adquiriendo es mucha. Prometo en la próxima traer reconocimientos de estos juegos-.

Cada palabra que César decía me ponían a pensar demasiado, pero hubo una que sin duda es tan fuerte que hasta a él lo reconforta cada vez que el desánimo llega a su vida: “No sabes lo fuerte que eres, hasta que ser fuerte es la única opción”. La discapacidad no ha sido excusa para no querer salir adelante.

Horas continuas de ejercicio hacen parte de su rutina diaria y son las que le han ayudado a recuperar poco a poco la movilidad de sus piernas. Las alas al héroe le han salido por su lucha día a día, sin desfallecer.

La superación del dolor.

El reloj corre, no se detiene el tiempo, todo había pasado en un abrir y cerrar de ojos, la historia estaba contada, la moraleja ya estaba redactada, el “colorín – colorado este cuento ha acabado” se veía llegar, pero faltaba un detalle: llegar hasta el mismo lugar del atentado. Estar ahí es revivir todo el dolor, pero para César más que dolor ésta esquina significaba esperanza.

Tu vida estuvo pendiendo de un hilo precisamente aquí, comenté, pero como siempre encontré una respuesta poco obvia: – Al pasar por aquí la verdad que no me entristece, sí me marcó pero esa no es mi debilidad-, expresó.

Todo en ese lugar se mantenía igual, las mismas casas, tal vez hasta la misma gente, pero lo que nunca más volvió a ser igual fue la vida de César, no por su discapacidad sino porque desde ese día nadie volvería amar a la vida como él.

Volvimos a la casa bajo los rayos del sol, – muchas gracias- me dijo, pero más agradecido estaba yo de que él me abriera las puertas de su historia y me dejara entrar en ella, y con un estrechón de manos y con un –hasta pronto- cerramos esta conmovedora historia.

Debía marcharme, tanto mis hojas como mi corazón ya no estaban vacíos, la historia logró escribir en ellos cómo convertir la discapacidad, cualquiera que sea, en una opción de ser fuerte. Razón tenía Leandro Díaz, compositor vallenato quien padecía de ceguera, al decir: “Él (Dios) la vista me negó para que yo no mirara, pero en recompensa me dio, los ojos bellos del alma”, y así, al que le faltan piernas le sobran alas para volar, o como diría Frida Kahlo: “Pies, ¿para qué los quiero si tengo alas para volar?”. Las barreras, como dice César, están en la mente.

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